Hace unos meses, mi hermano comenzó a llevar a mi sobrino de 4 años al estadio para partidos de fútbol de su equipo favorito, una actividad excelente en que padre e hijo tienen tiempo de calidad juntos en un pasión que les une.
El gran problema es que la ida al estadio trajo a un invitado de vuelta: JM, de 4 años, aprendió malas palabras, pero no sabe que se trata de términos que no debe decir, sino que cree que son “palabras de fútbol.”
Cómo explicar las malas palabras
Cuando JM soltó por primera vez una grosería de alto calibre, estaba jugando al fútbol con su abuelo, que quedó bastante sorprendido pero no dijo ni hizo nada. Claramente el niño no sabía qué significaba la palabra, pero la asociaba con jugar fútbol.
Gracias a que todavía no pronuncia muy bien, su grosería pasa desapercibida, pero eso no significa que haya que dejarla estar (sobre todo cuando va mejorando la pronunciación). Llegaba el momento de hablar con él.
Se le dijo que las palabras que había dicho hacían sentir tristes a las personas que les escuchaban, ya que creían que los estaban tratando mal. También se le indicó que ellos sabían que él nunca quizo decir una mala palabra, pero que estas debían quedar fuera del vocabulario.
Una respuesta así a los 4 años basta; no vamos a ponernos a explicarle el significado de groserías, basta con que se le diga que hace sentir mal al otro y que, además, puede meterle en problemas en la escuela.
Por qué los adultos dicen malas palabras
JM comprendió el concepto de mala palabra, pero la pregunta estaba en por qué la decían, ya que el niño continúa asistiendo a eventos deportivos masivos. ¿Si los chicos no las pueden decir, por qué los grandes si?
La explicación debe ir de forma que el chico relacione: En el estadio, la gente se emociona mucho y dicen malas palabras a veces sin darse cuenta. Cuando niños, su mamá no les explicó que decir malas palabras era feo y por eso no aprendieron a controlar lo que decían. Si en casa algún adulto dice una mala palabra (a todos nos pasa), lo correcto sería disculparse con todos, incluido el pequeño.
De a poco, han ido apareciendo más malas palabras en su vocabulario, es imposible que no imita lo que escucha en una actividad que le gusta tanto, pero ahora en vez de ignorarlas, se le explica de inmediato una vez que la dice.
La actitud de los padres y adultos es clave; si nos reímos cuando un niño de 4 años lanza una grosería de grueso calibre (créanme que lo fue), le estamos dando una señal de que es gracioso y que debe volver a decirlo.
Si estamos firmes desde el principio, las malas palabras como concepto quedarán claras y podremos ir armando una lista de vocabulario. De más grandes no podremos evitar que las suelte y probablemente sepa qué significan, pero eso no quita de que en casa las malas palabras están penalizadas.